ANDREA COTE :
“La muerte es un juego que perdemos.
Es preciso, en tanto,
no agotarse
arrancarse el pecho del pecho,
escondérsele para siempre a la sombra,
no dejar aroma en los cuartos,
no abarrotar el olvido.
De todas formas,
uno se va a la muerte con hambre.” ( Presagio )
Un libro cae en las manos de un lector desprevenido pero dispuesto a oír el Otro lado de la página,
Que es necesario olvidar para sobrevivir, pareciera decirnos esta joven poeta colombiana nacida en Barrancabermeja, Andrea Cote, quien a los veintidós años, ganara con “Puerto Calcinado” el Concurso Nacional Universitario de Poesía Externado de Colombia 2002. Olvidar el terror que en un “afuera” persigue a todos sin distinción de edades y sexos. Terror que internalizado, funciona a la manera de un puerto calcinado donde ya no hay barcos que salven ni posibilidades de traspasar del afuera al adentro o a la inversa, a menos que se realice por otras vías no convencionales. Una de ellas, es la poética. Su soporte simbólico que es el lenguaje, posibilitará a la manera de una especie de exorcismo, en el poemario Puerto Calcinado, invocar mediante el fuego regenerador, la desaparición de lo que aterroriza, del presente y del pasado que habita la memoria.
“El hombre no soporta tanta realidad”, nos dijo Eliot. Se precisa de la poesía, para traspasar, salvándose mediante la palabra, los límites de los espacios de lo monstruoso. Andrea Cotes, no describe ni nombra directamente, no enumera pero alude y elude la crónica precisa del horror. “La otra orilla nos desampara”, muestra por analogía, a través de una atmósfera de agobio, lo que significa no tener la posibilidad de huir a ninguna parte. Travesía que pareciera inútil: “Hemos viajado y el tiempo no nos dejó ir a ninguna parte”.
La necesidad de expresar poéticamente un conflicto que afecta al colectivo y a la persona, sin caer en lenguajes desgastados de protesta social, nos muestra que la poesía sigue siendo una vía de conocimiento. El efecto de su lectura nos llevó a revisar el Informe del 22 de agosto del 2001, suscrito por las “Mujeres de Negro “ de Madrid, a propósito de
“Temo que el infierno sea tan largo como el silencio de Dios,
que su tiempo esté habitado por el frío de los templos.
Temo que el silencio sea silencio afuera de la muerte,
que luego del tiempo aún conservemos la memoria.
Temo no dormir tampoco en ese sueño eterno
y que hasta allí nos siga la desesperación de los relojes.”
M G.F
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