Las voces de Penélope

Compartir reflexiones y textos literarios/poéticos, propios o ajenos, con la finalidad de intercambiar ideas e impresiones. Hacer del blog el espacio de la palabra y de la amistad.

Nombre: Marisela Gonzalo Febres
Ubicación: Barquisimeto, Lara, Venezuela

Docente universitaria, escritora, productora de televisión y editora de impresos

1.3.07



Sobremesa bebida bien y mal hablada:
Visita de los amigos Leopoldo "Teuco" Castillo, Carlos Pachón y Orlando Pichardo...



A mi memoria le pido/ que me tenga compasión./

Dichosa de mi memoria que está donde estuve yo".

Admirador de la copla, a Leopoldo Castilla, lo llaman “Teuco”. Suena a pájaro, ave de río y corazón amable. Vino a Venezuela el año pasado y pasó por mi casa, en Barquisimeto, una noche cuyos cielos insistían en el azul con luna incluida. Había llegado a casa de Orlando Pichardo, quien en la foto pareciera ser el dueño del yantar preparado por quien esto escribe y de Magda, mujer de risa y palabra amable.

El azar, que suele jugar bonito también, nos trajo de visita esa misma noche, a quien acababa de llegar a la ciudad, procedente de Bogotá, lugar donde reside, Carlos Pachón, narrador oral colombiano muy estimado por estas tierras y muy querido en esta casa y en esta mesa.

A Teuco le escribí, para presentarlo en su recital poético, la nota que transcribo a continuación y comparto con quien me lea en este momento:

Teuco nació en Salta en 1943 y vive en ella, aunque en el transcurso de su vida pareciera que si no emigra, viaja. En 1976, en plena dictadura militar argentina, Leopoldo Castilla se fue a España, país en el cual residió por más de quince años y se ganó la vida como titiritero. Sus títeres son viajeros como su dueño: han visitado Camboya y Vietnam. Invitado en 1990 por la Unión Soviética, escribió un libro, Diario de la Perestroika, que fue publicado por la editorial Moscú.

Quienes conocen a “Teuco” Castilla, afirman que es un personaje muy interesante. Incansable viajero, recorrió la India, varios países del África negra, el sudeste asiático e Indonesia. Se radicó en España hace treinta años pero regresó a su país. En una entrevista afirmó que volvió a Salta, porque es "…la tierra que no lo dejó vivir en paz en ninguna otra parte del mundo". un viajero cuyo apellido pareciera brasilero y que tiene un diario en Internet, escribe que nuestro poeta invitado, es involuntariamente misterioso, buen conversador y que le cambió el rumbo de su viaje por Argentina encaminándolo a Bolivia, después de una noche de copas en que el habló de la historia que estaba por escribirse allí y de contarle que habiendo recorrido la mitad del mundo, jamás percibió pueblos y tierras y músicas tan auténticas como las del altiplano boliviano. Otros afirman que su poesía merece mayor reconocimiento y que se le puede encontrar en un café de Buenos Aires, visitando un templo hindú o conversando con Adhely en este Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo, como si nada. Como si poseyera el don de la ubicuidad.

Narrador y poeta, ha publicado "Odilón" (1975) y "La luz naranja" (1984). Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, ruso, sueco y portugués. Su primer libro de poemas se llamó El Espejo de Fuego (1968), compiló la antología "Nueva poesía argentina", que incluye poesía popular. (Madrid, 1987).), "Campo de prueba" (1985), "Teorema natural" (1991), "Baniano" (1995) y "Nunca" (2001). “La redada”, un cuento suyo, fue llevado a largometraje. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales.

Su poesía es también crónicas de viaje. Imposible no serlo dadas las características de su autor, observador asombrado e impenitente de seres, comportamientos y lugares. La cruza el desarraigo y la precariedad del tiempo que nos toca vivir, los innumerables espacios y tópicos humanos, que en el fondo se parecen a pesar de su diversidad, al hacerse las preguntas esenciales sobre nuestro lugar en el mundo, su desvalimiento y finitud. Cree que la obra de arte es siempre colectiva, porque el artista es radar atento a las cosas del mundo y que toda poesía ha de ser auténtica, conteniendo el rigor y la emoción para no temer al riesgo.

La naturaleza
dio a la vez
la forma y la utopía de los cuerpos
ella hace visible
sólo partes
una rama no termina en una rama
el diseño continúa/
no nos conceden todas las imágenes
creerlas
generaría otro universo
(pronunciar todos los nombres
nos dejaría sin pasado). /.






23.2.07

CRÓNICA DE FIN DE AÑO



Para Carlos, Nirza, María Alejandra,
Mary Carmen, Mónica y Marhú…

Allí estaba yo, alérgica a las multitudes desde muy chica, en el bullicio de la Plaza Francia de Altamira, bailando al son de la Billo mientras esperaba que fueran las doce de la noche, dispuesta, dada la alegría colectiva, a abrazar no sólo a los familiares que estaban conmigo sino a cuanto extraño o extraña se atravesara con mano extendida o brazos abiertos.
El bochinche, al menos para mí, comenzó la noche anterior. Dispuesta a preparar las mejores cremitas del mundo para untar y acompañar el buen vino, atravesé cual samurai moderna los pasillos del abarrotado supermercado caraqueño cercano a la casa de mi hija en Bello Monte. Ubicados los ingredientes, tomada la difícil decisión de escoger si los acompañaba con pan campesino, pancito árabe y/o cazabito que entre nos, no parece cazabe, me di a la tarea de adquirir por instantes el don de la ubicuidad, léase, estar en la cola y en los estantes a la vez, guiada como diría un abogado, por “fines nobles”, como lo era el de garantizar el aspecto gourmet de nuestra incursión familiar nocturna del día siguiente. Mi emoción debe haber sido mayor que la de un maracucho atravesando el puente, pues a mi regreso, mi hija menor me ayudó sin chistar a cortar en juliana todo lo cortable. Llevar poco peso y regresar sin nada era la consigna.
Consigna quebrada cuando mis hijas, Mary Carmen y Marhú, mi hermano Carlos con mi cuñada Nirza, mi sobrina María Alejandra y yo empezamos a organizar al día siguiente envases y bolsitas plásticas de contenidos untables y masticables. Lo bebible se organizó aparte. Al final, parecíamos exploradores urbanos, especie de Indiana Jones bien vestidos. Nos fuimos temprano para estacionar los carros a cien metros de los ojos y conseguir buen lugar para instalarnos. La belleza de la Plaza Francia, no siempre bien tratada por gobernantes ni asistentes, me trajo a la memoria, mi primer y lejano contacto con los patines y con el duro pavimento alrededor de la desaparecida fuente luminosa. Una cuadra más arriba, persiste el edificio Beldevere recordándome que la vida es una espiral que parece círculo.
Después de deambular un rato tras la tarima para ver el pesebre y de desechar varios lugares por improcedentes o pavosos (estar tras los acontecimientos musicales o tener por mesa una caja que resultó ser contenedor clandestino de basura) y de casi instalarnos en tres sitios, optamos por un cuarto cuyos bancos de cemento delimitaban un bello árbol cargado de luces, una especie de tanquilla de cemento que de inmediato forramos con un tapiz de tintorero para transformarla en mesa y algo de grama al que de inmediato califiqué de “nuestro patio”. Serviría a lo largo de la rumba para pasar de un banco a otro, sentarse apoyado en el árbol, colocar carteras y cámaras, la bolsa de basura…en fin como un patio casero en tamaño reducido. Siete personas en tres bancos, Mónica se incorporó después, y una disposición a defenderlos de cuanto ser de cualquier edad y condición física pasara cerca, definió de entrada el ritmo de nuestra noche. Un cuarto banco se dejó al azar de extraños. Por allí desfilaron todo tipo de personajes que iban cambiando rápidamente. Al final, una pareja con acompañante se instaló casi para siempre. Casi, porque los desplazaron en un descuido.
Comenzó la rumba, y el grupo Excelencia Latina tomó la tarima. Su buen ritmo y sonoridad parecía no encajar con su profesión: ¡eran policías! Algo en sus pedidos al público con tono de mando inconfundible nos lo advirtió, así que decidimos acercarnos para ver el tumbao de los uniformados. Acercarse significaba tomar turno y cuidar las bases mientras tanto, no fuera que los intrusos cara de palo se instalaran en “nuestros” bancos. Al regreso, dos seres se habían integrado sin pedírselo: una viejita salerosa que después de proclamar a todos los vientos que la plaza era de todos decidió armonizar, eso sí, sentadita ella, y conversar con Marhú y María, las más jóvenes del grupo y un chico solitario que lo hizo del lado de adentro, hacia “nuestro patio”, sin molestar para nada y que permanecería allí hasta la medianoche a la manera de un miembro autista de una familia excéntrica. Incluso me dio el “feliz año” de manera clandestina. Tomó cerveza callado y a la una, ya movía uno de los pies y conversaba con nuevos nómadas del cuarto banco.
A las siete empezó a llenarse la plaza. A las ocho, teníamos vecinos instalados en los que empezaba a ser espacio abarrotado, con mesas y sillas; cavas, jamones, tortas y cualquier bandeja envidiable. A las diez, era literalmente un mar de gente caminando un viernes santo en la playa. Y nos tocó reforzar la vigilancia. La consigna implícita era no mirar a nadie a los ojos para no conmoverse. Ocupar con trasero, piernas y hasta brazos, cualquier espacio “sentable”. Detrás de mí, horadándome la nuca, permaneció implacable, una mujer con un niño en brazos, otro en coche y marido con botella en la mano. A mi izquierda, se instaló en un golpe de ojo, en los puestos dejados por Marhú y María, que estaban dando una vueltita de conejo, una muralla de nalgatorios con la cual compitieron y casi intimaron éstas por el resto de la noche. A mi derecha, una pareja joven de gordos boterísimos acechó de manera manifiesta y decidida, el banco ocupado por mi hermano y su mujer.
A las once todo era un mar de gente. Mary Carmen, Mónica, Marhú, y a ratos quien escribe, bailaron, eso sí, encaramadas en los bancos. Las luces de todos los colores nos hacían revivir la memoria genética que nos debe habitar desde que los chinos inventaron toda la parafernalia de pólvora y luces. La Billo había llegado y literalmente sacado de la tarima a los últimos teloneros mientras los centenares de asistentes delirábamos, ¡Dios mío! ¡lo que hacen las masas para anular los yoes! , con la “Vaca Vieja” de La Billo y cuanta canción alusiva a navidad y rumba navideña se ha bailado por estos lares desde la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. ¡Medio siglo!... No faltaron los viejitos vestidos de oscurito que al calor de las bebidas nada espirituosas, intentaban bailar con las parejas mucho más jóvenes con ritmo de zamuro comiendo carnita o de pajarito picando alpiste, dando la impresión de que en algún momento quedarían, literalmente hablando, hechos polvo. Me vino a la memoria la imagen de dos generaciones, la de mis padres y la mía, bailando al sonsonete siempre igual, casi monótono, de pasitos brincaos impuesto por la Billo. Entendí el porqué muchísimos universitarios de mi generación la dejamos a las puertas de la universidad y por qué desapareció en los barrios para dar lugar a la riquísima y muy buena musicalmente hablando, salsa dura que invadió el caribe y que en esta tierra prendió como la siempreviva. Llegó y no se fue nunca.
Pero esa noche todos teníamos nostalgia, incluyendo los chamos que ni sabían que cargaban pegada la de los padres y abuelos. Quizás el motor electoral nos dejó exhaustos a todos y una manera de reencontrarnos fue apelando al baúl de los recuerdos de lo que para bien o para mal forma parte de nuestras tradiciones musicales de lo popular urbano. El mar de gente se movía con La Billo pero a ritmos distintos: hubo quien lo hizo con el toque salsoso, de reegatón, merenguiado, valseado, rockero e incluso pop. A las doce, cantando, todos nos abrazamos eufóricos, bailandito, brincandito. No faltaron en la plaza los que moqueando arriba del hombro familiar, berrearon como terneros, o los que se le guindaron como estampilla a cuanta mujer toparon para desearle feliz año. Tampoco el amarguete que tuvo que ir a la plaza acompañando a hijos y nietos que después no sabían que hacer con él.
En medio del lucerío bellísimo, de tanto colorido, humo y copas en alto, en medio de los repetidos abrazos familiares y buenos deseos, alcancé a ver la revancha de la pareja boterísima: habían ocupado sin mucho esfuerzo el banco de enfrente –Nirza y Carlos andaban de abrazos familiares- y ahora brindaban gozosos mirando nuestro patio, en una especie de versión caribeña y navideña de Casa Tomada, de Cortázar. A un costado, un vejete con mirada torva de quien estorba se instaló en la esquina de mi asiento. Ni le miramos, no fuera a ser que se nos pegara algo de su mala vibra. Más allá, varias mujeres de al menos tres generaciones de una misma familia, bailaban con gracia y alegría. Ya no se sabía quién se sentaba, permanecía o no, pero el “patio” permaneció inviolable sin que nadie intentara cruzarlo. Siempre fue nuestro, con su árbol, sus bombillas encendidas, su pedacito de cielo con las luces multicolores estallando allá arriba, su grama, su resguardo de la multitud, su inobjetable calidez que confirmó nuestros más íntimos deseos de contar siempre con un espacio invulnerable y familiar, en donde uno pueda sacar a pasear los unos y los otros que nos habitan.
Marisela Gonzalo Febres-Enero 2007

29.11.06

NO SON DE NIEVE LAS BOLAS

En nuestro país el lenguaje está lleno de alusiones verbales a la masculinidad. Dejemos esta última palabra y no coloquemos machismo, para no salirme de lo que me interesa en este momento. No en balde, el juego o uno de los juegos nacionales más emblemático, que en muchos casos es rigurosamente semanal, es el de las bolas criollas. Allí no hacen falta mujeres, pues la cerveza es buena compañera. Si nosotras nos incorporamos, salvo ciertas excepciones, arrimamos a las bolas, no bochamos, lo cual se convierte en sabrosa fuente de picardía verbal en la cancha. Demás está decir que cuando nos animamos a jugar, hasta el más enclenque de los jugadores se siente obligado a bochar. Así le incruste la pesada bola de metal a la nuca de algún compañero de equipo o de juego.

Decir bolas en Venezuela, es decir testículos en otra parte. Más que cantar a sus funciones sexuales, la palabra canta los atributos, digamos, masculinos, de entrompar, entrar, salir, encaramarse, ejercer fuerza, resistir… y hasta dejarse hacer casi cualquier cosa. Casi, escribí, porque lo que le acaba de pasar por la cabeza de muchos lectores, no es de hombres. Eso sí que tenemos los venezolanos, la habilidad para jugar con sentidos opuestos de las palabras, descifrables sólo en el contexto verbal, paraverbal y situacional. Menuda tarea tienen nuestros visitantes latinoamericanos…Pues bien, éste último sentido, el de dejarse, feminiza el término. Ha de saberse que las mujeres, mejor dicho, las venezolanas, también terminamos teniendo bolas: cada vez que damos muestras de capacidad de resolver asuntos de manera rápida y eficaz, “tenemos bolas”. Cuando las cosas requieren de mucho esfuerzo, suele afirmarse que cuesta una bola y parte de la otra… Y al revés. Cuando los hombres y mujeres de esta tierra metemos la pata, hacemos algo inapropiado, nos dejamos botar del corazoncito de alguien, de la casa o del trabajo, o nos dejamos robar, maltratar y cualquier cosa similar, también “tenemos bolas”, esta vez precedida con la frase exclamativa ¡Tú sí que tienes bolas!

Hay tanto material sobre el asunto que hasta podríamos dedicar un blog al tema. Pero lo que me interesa resaltar acá es que Venezuela, desde tiempos remotos, es un país de bolas. Porque las bolas también son los chismes(¿?) de origen político, cortitos, cuya característica es asustar al otro. ¿Quién es el Otro? Cualquiera, incluyendo al del mismo bando si no está informado de que es una bola lanzada por el gobierno o la oposición. Porque hay que aclarar que las bolas nacionales (no las criollas) no nacen en casas o en mentes de seres apartados de las política. Nacen en los partidos y estructuras políticas. Pero…¿Quiénes las repiten hasta sustituirlas por las nuevas? ¿ Adivinen quién es el receptor que se transformará en cierto momento en el emisor de la bola ¡perdón! del mensaje? Los periodistas. De cualquier medio y bando. Y que no se ofendan porque muchos afirman que de allí nacen muchas noticias. Lo cual, en honor a la verdad es cierto. ¿Por qué? Muy sencillo, porque pertenecemos a la cultura de las bolas. Cada venezolano nacido o asimilado y cada extranjero aclimatado entre nosotros, carga una bola en la cabeza… o en el bolsillo. Por algo a una buena cantidad de dinero se le llama “una bola de billetes”.

Cada vez que alguien intenta hablar conmigo de política, debo confesar que sin levantar sospechas y con mi mejor sonrisa, le hago una especie de paneo y escaneo y si le descubro que viene cargado de bolas, le escamoteo la posibilidad de conversar conmigo del asunto. Por estos días pre electorales, las bolas no tienen acogotados. Que si se va la luz, que se acabará la leche, el pollo, la carne, el agua, los cereales, granos, pastas, en fin. cualquier cosa que envasada o no, sea comestible. Mientras tanto, la gente arrasa con los estantes de los supermercados, con el sector de frescos y congelados, con el agua mineral, carnes y vegetales que quién sabe cómo conservarán si como dicen ellos mismos, se va la luz.

Desde el pasado fin de semana he intentado comprar unos pañitos “yes” para la limpieza y no he podido a pesar de que el estante de artículos de limpieza permanece impoluto e intocado. No he podido hacerlo porque sencillamente, no he logrado llegar a la caja. Me lo impiden amas y amos de casa enfebrecidos, con flotas de carritos de supermercado llenas hasta el tope, cuya mirada sólo parece reflejar aspectos parciales de las estanterías del supermercado. No pude evitar ver, a mi salida por el lugar por donde se recogen los paquetes de una conocida cadena de supermercados, la cara de satisfacción del socio portugués que detrás del vidrio de su seudo oficina, contemplaba con cara de Rico Mc Pato a la clientela. Un mal pensamiento cruzó mi mente mientras lo hacía, pues no hay asueto, puente, semana santa, carnaval, fin de semana largo, elecciones pasadas, presentes y futuras, en las que los venezolanos no entren (aquí si me salgo del carril y bien salida), en esa especie de frenesí potérico, carnérico o pescadérico según el caso. Me quedé un buen rato como pajarito en grama y al reaccionar, no pude evitar asociarlo al tema, pero como emisor, pues nadie negará que ése sí qué sabe de bolas, especialmente las de billetes.

28.11.06






LA PALABRA DIGNA Y PROFUNDA

DE ADHELY RIVERO






David Cortés Caban

La poesía de Adhely Rivero parece estar hecha de instantes secretos, de ésos que surgen de la involuntaria expresión de sentimientos que iluminan la vida: recuerdos llevados por brisas que mueven las ramas de los árboles, caballos perdidos en el horizonte, llaneros que se alejan en sus cabalgaduras sobre paisajes de luces y sombras. Y la memoria que rescata el calor del hogar, la ternura y la presencia de los padres; el niño sin comprender aún el lenguaje del Llano y las imágenes y palabras que, en la adolescencia, fijarían el inconfundible tono de su poesía. Así vemos al poeta en la proyección de sus versos, inmerso en las cosas que ama, con la sabiduría y lucidez de un lenguaje que mantiene siempre un balance entre la intensidad y la emoción que subyace en los temas que trata su poesía. Por eso, esta cuidadosa selección realizada por el poeta Carlos Osorio es un ejemplo y una muestra más de cómo Rivero ha ido construyendo, al paso del tiempo, un universo poético que se corresponde con sus experiencias de la vida del Llano. De ahí su visión y su peculiar sentido de la vida: retener en el poema lo fugaz y perecedero del instante vivido. No podríamos concebir a Rivero de otra forma. Es allí en el Llano, en el ámbito familiar y en directa y sincera comunión con gentes de la sabana que el poeta evoca el sentido de la naturaleza y de la vida. El poeta mismo nos habla de sus primeras experiencias con un lenguaje oral donde iba descubriendo en la hondura y la plenitud de las palabras su propia existencia. Un destino que, de algún modo, estaría arraigado al latir de la tierra y la vida del campo. Una forma de sentir la cadencia de un idioma que iba aprendiendo en la proximidad de los otros y en las distintas faenas y quehaceres de la vida cotidiana:

La primera sensación de lo poético lo obtuve con el lenguaje de mis padres; claro está, inconscientemente, sabía de una relación extraña cuando mi padre hablaba de sus animales, de sus tierras. Algo muy especial ocurría cuando nombraba los árboles, esa madera es de corazón o, un palo de corazón resiste la candela. Estas tierras son buenas, dan agua dulce, el río está manso este invierno. Aprendí a vivir ese lenguaje y comencé a leerlo en la escuela de una finca, dentro de la misma relación vital, cotidiana y práctica con los seres humanos, los animales y el paisaje. Nunca se maltrató nada ni a nadie con la palabra. (p.5)

Con esas palabras dignas y profundas el poeta ha creado su obra. No necesita de más nada. Pues la novedad está en la atmósfera misma de un lenguaje cuya sintaxis es como la corriente de un río que dibuja el esplendor del Llano, y de gentes cuyo sentir y hábitos configuran también la identidad y la geografía de la tierra. En Medio Siglo, La Vida Entera el poeta nos entrega una experiencia libre de prejuicios, centrada siempre en la realidad de su mundo. Y más que ir a la búsqueda de estas experiencias, el lenguaje mismo las presenta en las descripciones del paisaje y la vida del campo, o en las labores y expresiones humildes de las gentes. De ahí que, los libros que conforman esta antología se complementan no sólo por los temas y el contenido que proyectan sino también por las profundas razones que les dan vida. Lo que se manifiesta en esta poesía es un sentimiento que gana en hondura e intensidad pues las imágenes reaparecen siempre en justa correspondencia con los motivos que configuran los temas del libro.

Lo que Rivero intensifica en esta poesía es un concepto de la vida y del tiempo. Cómo el sentimiento de esa experiencia vivida va mostrándonos un paisaje donde convergen imágenes de la más honda pureza y sencillez en un lenguaje límpido, de versos breves e impactantes que dejan una profunda impresión en el lector: “Aparto las palabras que no usaré en este lugar, / habilidades, sentimientos primitivos.” (11). Y en otros versos, nos dice: “Si me ponen a pedir un deseo / voy a pedir que me dejen en lo mío / Allí es donde puedo estar bien.” (27). Es esta actitud y ética hacia la vida la que desborda de humanidad estos versos y marca las particularidades de este estilo. A través de la lectura sentimos cómo el poeta fija una memoria, un lugar donde siempre vuelve como buscando en sus versos la palabra que desafíe el olvido:

Ningún camino es eterno

cada invierno borra la conquista

el atajo

la trocha de llegar al mundo

Sobre esta inmensidad de agua bajo el cielo

de referencia (42)

En efecto, nada es eterno, pero las palabras quedan, resplandecen como una gran explosión iluminadora para revelarnos el camino más exacto. Ese camino de la vida que transitamos diariamente y que ahora Adhely nos revela en la presencia de las cosas, en la imagen de la naturaleza y la vida del Llano, en las palabras y voces de las gentes. Y no es precisamente que el poeta intente sustituir una realidad por otra. Su realidad (es decir, el entorno y los asuntos con que el poeta se enfrenta diariamente) está en sus vivencias, en las memorias que afirman y determinan su estado de ánimo, liberando así en la palabra lo que ha llegado a convertirse en su imaginario poético:

Este árbol

ha permanecido

en el mismo lugar

Yo he cambiado mi residencia

mi espacio

lejos de los árboles

que en la infancia

daban sombra

Dios expone demasiado a sus criaturas. (57)

Pocas palabras bastan para proyectar tan fielmente una imagen de la vida y los sentimientos humanos. Por eso una sola lectura es suficiente para convencernos de la limpidez de este lenguaje que rechaza todo engañoso sentimentalismo y vana presunción. El poeta ha vivido y ahora puede contemplar en el sereno paisaje de sus versos la palpitante imagen que les dio vida. De esta imagen emerge también su presencia, límpida, como iluminada por las palabras. Lector, si deseas encontrar al poeta, aquí permanece con los ojos abiertos hacia el paisaje, rodeado de luz:

Me voy del pensamiento

Por este filo de monte

la luna pasa

en el alma

Yo tuve tiempo de ser la tierra

uno se siembra y se hace

uno es el corazón

un olor verde y extenso. (80)

Adhely Rivero. Medio Siglo, La Vida Entera: Poesía Reunida 1984-2004. Valencia, Venezuela, Ediciones Poesía, 2006, 90pp. Selección de Carlos Osorio G.

16.11.06


Foto: Mary Carmen Alvarez

MARIA BARANDA

María Baranda es una especie de versión humana de las “cajitas chinas”. Uno se la imagina mexicana de pura cepa y se asoma con cara y sonrisa de mujer nórdica y pecosa que pareciera cargar algo del golfo de México en sus ojos. Voz cantarina, sabe hacer amigos sin aires de diva pues está atenta a lo que los demás escriben y leen, cosa que pareciera ser natural en los poetas, pero que desafortunadamente no es así. Y para asomarnos a su trabajo poético, en una especie de vuelo que interese a quien se acerque a este blog , oigámosla:

“¿Qué incendia su palabra y la ilumina en la forma mas nítida del alma”? (40)

Pregunta poética que se hace María Baranda, es válida a su vez, para los le que leemos, casi de corrido en medio del asombro, Fábula de los Perdidos (1990), Moradas Imposibles, Québec, 2000 ; Dylan y las Ballenas, México 2003 . Poeta de palabra profunda, densa y plena de sentidos, esta mexicana nacida en 1962 en Ciudad de México, ganadora del Premio nacional de Poesia Aguascalientes 2003 y del Premio Internacional de Poesía Villa Madrid, pareciera navegar a plenitud en formas nuevas del barroco hispanoamericano:

“Yo no te sangro como las savias

O las resinas en los relieves

Que te codician como una espuma.

Yo no te estrecho como a los belfos

Ni te perfumo ni te acaricio.

Porque al mirarte no tengo nada ni soy tú mismo. (M.I. 50)

Barroco expresado en las estructuras y juegos del lenguaje, tales como interrogaciones retóricas, escenificación de diálogos intertextuales, tono interpelativo e invocativo y ritmo en continuo ascenso. Barroquismo presente de manera continua en sus referentes, esencialmente culturales, tales como las Moradas de Santa Teresa y la mística, despojada de esa especie de “mismidad” que hace del poema místico un texto cerrado y críptico, para abrir espacios en los cuales rompe algunas de las formas conceptuales al jugar con las distancias poéticas, no sólo desde la semántica sino desde la disposición gráfica de los textos.

“¿Qué son Dylan, esos sonidos que se oyen/desde el blanco bosque/ de tu boca de agua?” abre el poema extenso “Dylan y las Ballenas”, canto festivo que reconoce a quien poéticamente nos habla desde hace mucho tiempo a nombre de la tribu. Conserva lo que pareciera ser una constante de su escritura, al menos de los tres citados al inicio: Tono interpelativo, plenitud verbal que no está exenta de sobriedad dado su profundo trabajo sobre el lenguaje y apego por referencias de la tradición poética que a manera de señales, guían al lector por las espumas y vientos marinos que parecieran articular las imágenes preponderantes de un denso poema cuya intencionalidad es explícita. Cito:

¨No tengo ya otra luz que la del río

Que se aleja hacia el cielo de mis años

Bajo el sol

Que en la cresta del tiempo resurgiera

No tengo otra razón sino cantarle

Al último Odisea de los campos. niño feliz

Y desbocado como caballo ciego en la pradera.¨




12.11.06


ENRIQUE HERNÁNDEZ D' JESÚS:

GRAN REGISTRADOR UNIVERSAL



“¿Y quién me lleva en sus viajes?
Me debe llevar el mismo Tigre”




Uno dice Catire con mayúscula y piensa en el poeta, fotógrafo, gastrónomo y editor Enrique Hernández D’Jesús. Uno dice “El tigre Invisible” y piensa en el Catire que suele sorprender a sus amigos no sólo por las innumerables rayas que va dejando a su paso secundadas por el desenfado, el ácido humor, cierta intemperancia que a veces irrumpe y “colmillea” en los momentos más insólitos y una ternura que suele pasar desapercibida sepultada bajo las anteriores características. Ternura que se deja colar en sus recetas escritas en clave de poesía.

Uno lee sus libros y observa que es un andino que anda por el mundo como si hubiese nacido en medio del caribe. Especialmente si sus libros primeros toman la familia como motivo central que burla burlando, la lleva como valija memoriosa e inspiradora: Muerto de risa (1968, Mi abuelo primaveral y sudoroso(1974); Mi sagrada familia (1978); Mi abuelo volvió del fuego (poesía), 1980 y Retrato en familia (antología de poesía (1988), son textos cuya oralidad y coloquialismo le permiten exorcizar fantasmas y recodos familiares en una especie de registro paródico que prefigura su gran pasión: la fotografía.

Generosidad es otro término que le cabe a nuestro poeta y le conduce en su trabajo de editor de bellísimos libros, como Guayabo, de Gabriela Kizer, poeta cuya poesía merece ser más difundida. Oficio que no se limita a la impresión de libro, sino al hecho mismo de organizar, compilar, trastocar, transformar, cambiar e intervenir textos de tal manera, que de haberlo conocido la Kristeva lo habría raptado para sus clases de semiótica. Así sea uno de aquí (poesía), Monte Ávila Editores, 1976; Los últimos fabuladores (entrevistas y fotografías), Roma, 1977; Siamo Nello Bambole (poesía y fotografía), Il Fotograma, Roma, 1980; El circo (poesía y fotografía), 1986; Los poemas de Venus García (poesía y fotografía), 1988; Recurso del huésped (poesía), 1988; Tierra de Gracia Editores, 1989; La semejanza transfigurada (94 fotografías intervenidas por Vicente Gerbasi), 1996; La tentación de la carne, 1997. El Tigre Invisible (2005); Vestuario (2006).Ha obtenido diversos premios de literatura y de fotografía.

Gran Registrador Universal debería ser el título otorgado a quien ha llevado un registro sistemático de los rostros, miradas, gestos, distancias y cercanías de poetas, escritores, narradores y artistas venezolanos y extranjeros que nos visitan. Registro fotográfico intervenido por la escritura de los retratados, en una especie de maridaje entre palabra e imagen, poco común entre nosotros.

Registro que pareciera dejar de ser sistemático para volverse azariento, cuando se trata de desnudos femeninos, completos o desmembrados en botellas transparentes que siempre me han hecho asociarlas con la vieja tradición del Diablo Cojuelo, magos y gigantones que sirven a quien los libera del frasco. Aspecto que queda como divertimento del Catire, cuando uno sabe que tiene 480 rostros de poetas embotellados como un homenaje a la memoria de todos. Canto llevado a cabo por este ser curioso, grato, buen amigo, gourmet y excelente cocinero, que hace de cualquier copa levantada, una buena razón para festejar la palabra, la vida y la amistad.

Marisela Gonzalo Febres-Valencia-2006


7.11.06

Fotografía: Mary Carmen Alvarez


RAMON PALOMARES (VENEZUELA)

“Para encantarme he venido…

Pareciera decirnos siempre aunque no lo sepamos, Don Ramón Palomares, cada vez que llega a este Encuentro Internacional de Poesía, con ése hálito de pájaro leve, que se posa en la rama más verde del espacio más puro, de cada de nosotros, iluminando verdores, ríos, flores de montaña, nieblas y páramos de la memoria

“Para vivir el color violeta aquí me he posado…

Nos dice con la suavidad del que ignora el griterío de autopistas, corneteos, regeetones radiales y voceríos. Se posa en el jardín de las palabras y espera atento, el poema ajeno, acostumbrado a oír desde la infancia, no sólo a los vivos sino a los muertos.

“Estremezco las ramas, me estremezco yo

Le oímos decir en su pausado y suavísimo acento a quien es dueño de una de las voces poéticas más importantes en nuestra lengua. Voz íntima que atraviesa la mayor parte de su obra, nutrida de la cualidad de atender , desde muy niño a las voces del vecindario y los tonos del afecto familiar que formarían parte de sus primeros contactos con el lenguaje. Oidor y escritor en su caso, son dos caras de la misma hoja.

“En el aire opuesto de flores…

Que parecieran acompañarle siempre. Que deja su estela por todos los lugares por donde pasa, con esa sonrisa tan suya y ese gesto de abrazar inclinando la cabeza, como quien se cobija y cobija a su vez, a la manera de los pájaros.

“Soy pequeño en esta dulce casa…

En la casa del lenguaje que por una semana sabrá de esplendores propios y ajenos y que tendrá a Ramón saludando y recibiendo a los recién llegados, muchos de ellos conocedores de su obra poética y que al verlo leve lo verán como pájaro aunque sepan que también puede ser halcón y viejo lobo. Lo sentirán, a veces como anfitrión y otras como si estuviera esperando permiso para entrar desde el paisaje a la ciudad.

“Soy ligero en esta ventana…

Dirá con su calidez y esa delicadeza tan Ramón Palomares. Y una vez dentro, oirá con mucha atención la palabra ajena sin imponer la suya. Reclinará su cabeza y cerrará sus ojos de vez en cuando; asentirá en silencio cuando el poema encienda rescoldos que parecían olvidados. Oirá con el alma y a veces nos mirará como si acabara de llegar o ya se hubiera ido de regreso a las montañas. Entonces lo dejaremos seguir ensimismado para esperarlo más adelante, con el corazón dispuesto a oír el murmullo del río que lo surca desde siempre.

Don Ramón Palomares nació en Escuque, Trujillo, en 1935. Fue fundador del Grupo Sardio y participó en El Techo de la Ballena. Maestro en sus inicios, es profesor jubilado de la ULA-Mérida. Su obra poética ha sido publicada bajo el título de Honras fúnebres (1965) y Santiago de León de Caracas (1967); Paisano (1964); El Ahogado (1964); El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas (1969); Adiós Escuque (1974); Elegía 1830 (1980); El viento y la piedra (1984); Alegres provincias (1988); Mérida, elogio de sus tres ríos (1985);Mérida, fábula de cuatro ríos (1994). Sus antologías muestran el interés de sus lectores: Poesía. 1958-1965 (1973); Poesía (1977 y 1985); Trilogía (1990). De Lobos y Halcones (1997). Al regreso, nos llevaremos en los ojos la imagen de quien fuera y sigue siendo pájaro, lobo y halcón:

“Más tarde cuando ya todo ha desaparecido me pregunto de nuevo

¿De qué halcones, de cuáles pájaros se trata?

¿La infancia, con sus alturas y laberintos?

¿La sangre que atisba ya sus pesadumbres y victorias?

Cierto: El porvenir ha sido una vez más convertido en cordero

Y el aire se solaza en sus huesos.

Los halcones eran ciertamente lobos y los lobos me esperan para celebrar

Y al echar a correr entre los matorrales advierto sobre los claros de la fronda

El gran cielo expandido

Y con él un halcón dorado, vuelta y vuelta en sus mares altos

Con los ojos fijos en mí.”

Marisela Gonzalo Febres- Valencia-2006

Encuentro Internacional de Poesía U.C.

Fotografía: Marhú Mc Cormick

Entre poetas te veas...

V Encuentro Internacional de Poesía Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. 23 al 27 de octubre del 2006.

Adhely Rivero, siempre sonriente, aunque se le venga el río Arauca encaramado en el Apure. Padre de la criatura, coordinador del evento y poeta también, con su esposa Rosy, días antes, en su finca "La Guaruca", tomando aire antes de tomar el camino de Valencia. Había contado,dramatizando como buen llanero, que empezaba a tener pesadillas con el Encuentro y que alguna vez su mujer tuvo que agarrarlo en la puerta de la casa, dormido y haciendo zzzzzzzzzzzzzzzzzzzz , empeñado en ir a recibir a los poetas dos semanas antes de su arribo... Je je je je...



Fotografía: Marhú Mc Cormick Gonzalo

De los tres, la simpatía se la llevan dos: Natalia Toledo Paz, poeta mexicana de origen zapoteco, cuya poesía expresa la enorme riqueza de su lengua y cosmovisión indígena. El de la derecha es Mario Spechio, cuya barba le otorga una calidez no siempre presente en los barbudos. Nos leyó en italiano su versión del viaje de Ulises. Bella e inolvidable lectura la de ambos. Fresca y joven la sonrisa de Mario; pícara la de Natalia. El de la izquierda, Esteban Moore, muy buen traductor de la poesía de Sam Hamill. Muy argentino; mucho más que su compatriota salteño "Teuco" Castilla, latinoamericano universal. Detrás de Mario, apenas visible, el poeta venezolano Franz Ortiz, cálido y de hermosa sonrisa, releyendo los poemas que más tarde leería ante un cautivado auditorio.