En nuestro país el lenguaje está lleno de alusiones verbales a la masculinidad. Dejemos esta última palabra y no coloquemos machismo, para no salirme de lo que me interesa en este momento. No en balde, el juego o uno de los juegos nacionales más emblemático, que en muchos casos es rigurosamente semanal, es el de las bolas criollas. Allí no hacen falta mujeres, pues la cerveza es buena compañera. Si nosotras nos incorporamos, salvo ciertas excepciones, arrimamos a las bolas, no bochamos, lo cual se convierte en sabrosa fuente de picardía verbal en la cancha. Demás está decir que cuando nos animamos a jugar, hasta el más enclenque de los jugadores se siente obligado a bochar. Así le incruste la pesada bola de metal a la nuca de algún compañero de equipo o de juego.
Decir bolas en Venezuela, es decir testículos en otra parte. Más que cantar a sus funciones sexuales, la palabra canta los atributos, digamos, masculinos, de entrompar, entrar, salir, encaramarse, ejercer fuerza, resistir… y hasta dejarse hacer casi cualquier cosa. Casi, escribí, porque lo que le acaba de pasar por la cabeza de muchos lectores, no es de hombres. Eso sí que tenemos los venezolanos, la habilidad para jugar con sentidos opuestos de las palabras, descifrables sólo en el contexto verbal, paraverbal y situacional. Menuda tarea tienen nuestros visitantes latinoamericanos…Pues bien, éste último sentido, el de dejarse, feminiza el término. Ha de saberse que las mujeres, mejor dicho, las venezolanas, también terminamos teniendo bolas: cada vez que damos muestras de capacidad de resolver asuntos de manera rápida y eficaz, “tenemos bolas”. Cuando las cosas requieren de mucho esfuerzo, suele afirmarse que cuesta una bola y parte de la otra… Y al revés. Cuando los hombres y mujeres de esta tierra metemos la pata, hacemos algo inapropiado, nos dejamos botar del corazoncito de alguien, de la casa o del trabajo, o nos dejamos robar, maltratar y cualquier cosa similar, también “tenemos bolas”, esta vez precedida con la frase exclamativa ¡Tú sí que tienes bolas!
Hay tanto material sobre el asunto que hasta podríamos dedicar un blog al tema. Pero lo que me interesa resaltar acá es que Venezuela, desde tiempos remotos, es un país de bolas. Porque las bolas también son los chismes(¿?) de origen político, cortitos, cuya característica es asustar al otro. ¿Quién es el Otro? Cualquiera, incluyendo al del mismo bando si no está informado de que es una bola lanzada por el gobierno o la oposición. Porque hay que aclarar que las bolas nacionales (no las criollas) no nacen en casas o en mentes de seres apartados de las política. Nacen en los partidos y estructuras políticas. Pero…¿Quiénes las repiten hasta sustituirlas por las nuevas? ¿ Adivinen quién es el receptor que se transformará en cierto momento en el emisor de la bola ¡perdón! del mensaje? Los periodistas. De cualquier medio y bando. Y que no se ofendan porque muchos afirman que de allí nacen muchas noticias. Lo cual, en honor a la verdad es cierto. ¿Por qué? Muy sencillo, porque pertenecemos a la cultura de las bolas. Cada venezolano nacido o asimilado y cada extranjero aclimatado entre nosotros, carga una bola en la cabeza… o en el bolsillo. Por algo a una buena cantidad de dinero se le llama “una bola de billetes”.
Cada vez que alguien intenta hablar conmigo de política, debo confesar que sin levantar sospechas y con mi mejor sonrisa, le hago una especie de paneo y escaneo y si le descubro que viene cargado de bolas, le escamoteo la posibilidad de conversar conmigo del asunto. Por estos días pre electorales, las bolas no tienen acogotados. Que si se va la luz, que se acabará la leche, el pollo, la carne, el agua, los cereales, granos, pastas, en fin. cualquier cosa que envasada o no, sea comestible. Mientras tanto, la gente arrasa con los estantes de los supermercados, con el sector de frescos y congelados, con el agua mineral, carnes y vegetales que quién sabe cómo conservarán si como dicen ellos mismos, se va la luz.
Desde el pasado fin de semana he intentado comprar unos pañitos “yes” para la limpieza y no he podido a pesar de que el estante de artículos de limpieza permanece impoluto e intocado. No he podido hacerlo porque sencillamente, no he logrado llegar a la caja. Me lo impiden amas y amos de casa enfebrecidos, con flotas de carritos de supermercado llenas hasta el tope, cuya mirada sólo parece reflejar aspectos parciales de las estanterías del supermercado. No pude evitar ver, a mi salida por el lugar por donde se recogen los paquetes de una conocida cadena de supermercados, la cara de satisfacción del socio portugués que detrás del vidrio de su seudo oficina, contemplaba con cara de Rico Mc Pato a la clientela. Un mal pensamiento cruzó mi mente mientras lo hacía, pues no hay asueto, puente, semana santa, carnaval, fin de semana largo, elecciones pasadas, presentes y futuras, en las que los venezolanos no entren (aquí si me salgo del carril y bien salida), en esa especie de frenesí potérico, carnérico o pescadérico según el caso. Me quedé un buen rato como pajarito en grama y al reaccionar, no pude evitar asociarlo al tema, pero como emisor, pues nadie negará que ése sí qué sabe de bolas, especialmente las de billetes.