Las voces de Penélope

Compartir reflexiones y textos literarios/poéticos, propios o ajenos, con la finalidad de intercambiar ideas e impresiones. Hacer del blog el espacio de la palabra y de la amistad.

Nombre: Marisela Gonzalo Febres
Ubicación: Barquisimeto, Lara, Venezuela

Docente universitaria, escritora, productora de televisión y editora de impresos

10.9.06





ANDREA COTE :



“La muerte es un juego que perdemos.

Es preciso, en tanto,

no agotarse

arrancarse el pecho del pecho,

escondérsele para siempre a la sombra,

no dejar aroma en los cuartos,

no abarrotar el olvido.

De todas formas,

uno se va a la muerte con hambre.” ( Presagio )

Un libro cae en las manos de un lector desprevenido pero dispuesto a oír el Otro lado de la página, la Voz, que pese al tono intimista e interpelativo, nos habla salvando las distancias. Poco a poco nos adentramos en el laberinto de lo que al principio pareciera ser paraje borroso en el horizonte del lector, pero que lentamente toma la forma otorgada por la presencia del miedo, del cual no parece salvarlo la muerte.

Que es necesario olvidar para sobrevivir, pareciera decirnos esta joven poeta colombiana nacida en Barrancabermeja, Andrea Cote, quien a los veintidós años, ganara con “Puerto Calcinado” el Concurso Nacional Universitario de Poesía Externado de Colombia 2002. Olvidar el terror que en un “afuera” persigue a todos sin distinción de edades y sexos. Terror que internalizado, funciona a la manera de un puerto calcinado donde ya no hay barcos que salven ni posibilidades de traspasar del afuera al adentro o a la inversa, a menos que se realice por otras vías no convencionales. Una de ellas, es la poética. Su soporte simbólico que es el lenguaje, posibilitará a la manera de una especie de exorcismo, en el poemario Puerto Calcinado, invocar mediante el fuego regenerador, la desaparición de lo que aterroriza, del presente y del pasado que habita la memoria.

“El hombre no soporta tanta realidad”, nos dijo Eliot. Se precisa de la poesía, para traspasar, salvándose mediante la palabra, los límites de los espacios de lo monstruoso. Andrea Cotes, no describe ni nombra directamente, no enumera pero alude y elude la crónica precisa del horror. “La otra orilla nos desampara”, muestra por analogía, a través de una atmósfera de agobio, lo que significa no tener la posibilidad de huir a ninguna parte. Travesía que pareciera inútil: “Hemos viajado y el tiempo no nos dejó ir a ninguna parte”.

La necesidad de expresar poéticamente un conflicto que afecta al colectivo y a la persona, sin caer en lenguajes desgastados de protesta social, nos muestra que la poesía sigue siendo una vía de conocimiento. El efecto de su lectura nos llevó a revisar el Informe del 22 de agosto del 2001, suscrito por las “Mujeres de Negro “ de Madrid, a propósito de la Marcha de las mujeres de Barrancabermeja contra la guerra y el miedo. Puerto Calcinado no nombra militares ni paramilitares, guerrillas, víctimas o victimarios. Nos entrega la travesía del terror, mediante la ausencia de signos de permanencia como la casa, sus cuartos, el patio, lugares de calor familiar o de recreación de la infancia que a todos nos habita. Nos deja la desesperanza:

Temo que el infierno sea tan largo como el silencio de Dios,

que su tiempo esté habitado por el frío de los templos.

Temo que el silencio sea silencio afuera de la muerte,

que luego del tiempo aún conservemos la memoria.

Temo no dormir tampoco en ese sueño eterno

y que hasta allí nos siga la desesperación de los relojes.”


M G.F

Valencia-Venezuela


8.9.06

Estás ahí

fugándote

en los rápidos del sueño

Balseando

en imprecisas madrugadas

Sin retorno

Sin descanso

Sin olvido

M.G.F.

7.9.06

ANA ENRIQUETA TERÁN: EL MÁGICO ESPLENDOR DE LA PALABRA



“Distante bella lobezna desprendida de los bosques;

inmensa y sombría como el descenso de las águilas

en la soledad de los salmos;”


Sólo a través del espesor de su propia palabra poética podemos iniciar el acercamiento a Ana Enriqueta Terán, (Valera, 1918), quien se describe a sí misma, en lo que pareciera ser el encuentro de lo aparentemente alejado, como “bella lobezna” e “inmensa y sombría”, en los versos iniciales de “Música con pie de salmo”, poema que da nombre a su vez a uno de sus libros (1985). Versos que abrirán de inmediato los generosos afluentes del sentido, dando la oportunidad al lector, de sentirse invitado a cruzar, no sin desgarraduras, el umbral que separa lo invisible de lo visible; lo sagrado de lo cotidiano.

En “Piedra de Habla”, la poetisa atraviesa todas las edades, ausculta el pulso de los tiempos, regresa al lugar de origen, vive la afirmación y negación propia o ajena y según sus propias palabras, “cumple medida y riesgo de la piedra de habla”, cada vez que pronuncia la palabra sagrada, entendiendo por ésta, la poética:

“guardadora de verdades y máscaras opuestas

al rostro común señalado de infinito;

sensorial y eterna como el paso de las razas

sobre la brillantez oscura de las piedras;”

Ana Enriqueta Terán, asume plenamente los riesgos de ser la guardiana de la palabra sagrada que abre y cierra ciclos al ser pronunciada. Mientras realiza operaciones aparentemente opuestas y contradictorias como lo es unir y separar lo oscuro de lo iluminado, se erige como la sacerdotisa que al nombrar, hace visibles a los ojos de los demás, realidades que de otra manera permanecerían ocultas:

"Elaboramos la medida, la pausa entre alguien

y el despojado absoluto.

Afuera ladra la bestia de uno mismo”

(Sueños VIII)

La poetisa entrega y elabora las profecías; desata vendavales y guarda los secretos. La mujer como centro de irradiación del lenguaje, detentadora de sus vertientes de razón e intuición, ilumina los oscuros pasadizos de viejos y sagrados rituales. El hermetismo de la escritura le permite establecer paralelismos con la oscuridad proveniente del ámbito que nos roza cotidianamente, como si sus delicadísimas fronteras nos impidiesen percatarnos de nuestras rupturas racionales, especialmente cuando nos desplazamos por los linderos que nos muestran no sólo nuestra fragilidad sino nuestro desconcierto.

Desde esta misma perspectiva, la luminosidad vendría a ser la contrapartida de lo hermético al materializar la interpretación del lector, quien recorre la página como laberinto al que debe encontrar salida, a partir de las claves dejadas por la mediadora de la Voz que desde el fondo de los tiempos de la humanidad, sólo habla a quien tiene la capacidad de atender, es decir, al poeta:

Ordenes que obedezco:

Entregue sus pañuelos,

sus signos de puntuación

su abecedario”

(Los sueños: XIV)


Voz que le señala el destino donde se confunden expiación y sacrificio personal dejando fuera la inmediatez del “yo” y su circunstancia cotidiana:

“Entonces, vivo, o sólo me nutre lo que habla de mí

(no para mí) alguien que me sueña

y no logra darme estatura, ni minuciosa

bien pulida osamenta:

afirmación de cal, último refugio del yo

mientras me salgo, me vuelvo humo

me dejo ir más insomne que el alma.”
La casa es uno de los tópicos más persistentes en Ana Enriqueta Terán, no sólo como alusión al lenguaje en cuanto casa habitada por el hombre, sino como poética articuladora de la memoria familiar que a su vez se transmuta, trascendiéndola, en mito que sostiene las relaciones humanas y sociales. Sin embargo, en este acercamiento, nos interesa especialmente la mirada que sobre sí misma y su oficio, considerado como la posibilidad de darle encarnadura trascendental a nuestro cotidiano vivir, tiene la poetisa. Acercamiento que consideramos pertinente realizar a través de Música con pie de salmo, por cuanto coincidimos con los críticos que afirman que es a partir de este texto poético, cuando aparece claramente incorporada la intimidad de lo doméstico. Para Celso Medina en este libro, “El cosmos poético reduce su espacio a lo íntimo. La Voz se centra en lo hogareño. Se mantiene el apego a lo sencillo”.

Viaje iniciado desde el asombro familiar registrado minuciosamente, en una especie de Comprobación Inaudita que da nombre al poema que recoge los miedos atávicos generados por quien “ve” más allá de los sentidos, especialmente si se es mujer y sabe desenvolverse tanto en los caminos de lo oscuro como de lo claro; en la trascendencia de lo elevado y espiritual como en los espacios de la monotonía de los oficios caseros.

Destino al que obedece ciegamente aunque al comienzo los suyos no le reconozcan como la elegida cuya única religión, la poesía, la eleva más allá de cualquier contingencia:

“Entonces os asustaron sus bellas liebres grises,

sus aproximaciones de piedra que mejor siente,

sus análisis de bestia mayor, cósmica,

su inocencia de mujer que se peina

que hace música del fondo al final de sus cabellos.

Mujer que rompe los esquemas pacatos y beatos de los prefijados roles “femeninos”, para erigirse como dadora de la Palabra que se adivina infinita. Familia que no entiende los pasos iniciáticos, especialmente si se solapan a los cotidianos:

Entonces la dejásteis partir

Olvidando su intolerable extensión verbal

Su pávido lunes, Oh lunes diario:

Casa, comida y ropa limpia para el hombre,

El innumerable que construye su propio Dios

Con su inmóvil, crucificada sombra

Sobre las estaciones errabundas.

La trascendencia no sólo consiste en descifrar los signos que viajan, mutantes a través de la eternidad, sino en sentir como en una especie de caja de resonancia, la miseria y la grandeza de lo que nos hace pervivir a pesar del acecho de la muerte, traduciéndolo en poesía, el último y atemporal refugio del ser humano:

Sin embargo es ella quien restituye vuestras semblanzas,

Cuenta vuestros días

Y volverá a sus principios de árbol radiante fechado en la noche.

(Comprobación inaudita)

Que los rituales de la poetisa le son necesarios para atravesar los pasajes y puentes entre el ámbito sagrado y el cotidiano, es algo indudable. Tanto, que suele afirmarlo en reuniones entre amigos y en las pocas entrevistas concedidas. Amante de la costura y el bordado, traza ella misma, mide, corta y recorta escogidas telas que se convertirán en su personalísimo y elegante vestuario que le servirá para cruzar los umbrales que la separan de la Poesía vivida como una manera de sentir e interpretar el mundo. Creyente de la sacralización de la poesía, mantiene un ritual para escribir que pasa por un sencillo té como desayuno, el maquillaje que le hará ver los ojos más profundos; los altos tacones para iniciar el vuelo; la caída de la tela convertida en vestido; los hermosos y extraños collares y las manos con que se persignará antes de tomar la pluma para escribir, cubiertas la izquierda, con anillos y pulseras de oro; de plata la derecha.
Sólo así accederá al reino, del cual, horas después, descenderá para sumergirse en la domesticidad de una excelente cocina y los afanes hogareños. Leamos su descripción en Laboreo de Alta Trama:
Lados. No debe tropezar, vaya esquivando aristas, piedras de signo,

bordaduras.

Esquive centros, núcleos, dureza de luz en tiempo finamente ofrecido.

Acerque con delicadeza el ramo, escoja la más pavorosa con bordes iguales.

Vea corazón, dibujos en equis que desguazan números: la más pavorosa.

Acerque el oído a la esperanza: no existe por lo menos ni voz, grito

o renqueo último.

Acerque intenciones, ruegos, cuidando el ave, entregando su raso de

hálito y sacrificio.

No entregue paños ni banderas, tampoco destino ni laboreo de alta trama.

Experiencia de la vida y revelación de lo Sagrado entramadas y entregadas de manera tal, que el lenguaje pierde y recupera en un juego semántico casi simultáneo, sus cualidades representativas para dar lugar al espacio de las resignificaciones que abrirán correspondencias insospechadas, a uno y otro lado de los ámbitos de lo visible y lo invisible. La casa, los girasoles, los perros, las aves, el águila especialmente, la mesa servida, los dones, la ceguera del vidente, la extranjera entre los suyos y los linajes, son algunos de los elementos que servirán de puentes semánticos para cruzar de uno al otro lado. No de otra manera puede verse lo cotidiano a partir de lo trascendental. Menos en la poesía de Ana Enriqueta Terán.